Después de que todas las formas de socialismo y en
particular el marxismo hayan quedado desacreditadas por la historia, debido a
que no han conducido a los hombres más que a la codicia, la falta de
productividad, el reparto de la pobreza, la igualdad por abajo, al
adoctrinamiento político, la dominación por el Partido, la generación de memoria
histórica con dinero público, el pensamiento único y la depuración de quienes no
piensan como ellos, todavía quedan nostálgicos de la revolución. Uno de ellos
es Éric Toussaint.
Aunque intenta disfrazar su ideología detrás de datos y de
relatos históricos, la verdad es que no lo consigue. Estamos ante un libro de
propaganda. Cuando la izquierda no quiere pagar sus deudas, que son siempre del
Estado porque el socialismo no reconoce la obligación personal sino la
colectiva, disfraza el incumplimiento contractual con los ropajes de ideología.
No me refiero a poco dinero, porque no estoy hablando de deuda de los
particulares. El libro no se refiere a deudas de particulares, sino a las deudas
de los estados. A millones y millones de euros. Este libro no pretende sino aportar
fundamentos ideológicos para todos aquellos que, situados en el gobierno a día
de hoy, quieran continuar el socialismo histórico con nuevos impagos. Para lo
cual no hace sino resumir precedentes históricos.
En mi opinión lo único útil de este libro es que resume bastante
bien algunos de los impagos históricamente más importantes −o por lo menos los
que Toussaint más ha estudiado− de impagos de deuda que han tenido lugar a lo
largo de los siglos XIX y XX. En algún caso con verdadero embeleso. El autor
disfruta cuando narra la génesis del impago de las deudas de Rusia (con la
excusa de la revolución socialista) o de Mexico (con la excusa de la otra revolución
igual de socialista y sangrienta, pero menos conocida).
El libro tiene partes significativamente malas, que no son sino
resúmenes de otros libros. En particular las páginas 151 y siguientes no son
más que un resumen del libro de Aleksandr Naumovich
Zak sobre los efectos de las transformaciones de Estados sobre su deuda pública.
Y cuando en las páginas 186 antes se quiere referir a las nuevas reglas de la
deuda odiosa, al final lo único que consigue es llegar −ya en la página 207− a
cierta forma de manifiesto revolucionario.
Todo lo demás no tiene por objetivo sino aportar
fundamentación teórica es histórica −los argumentos del marxismo− para nuevos
impagos. Un ejemplo, tomado de la página 86: deuda odiosa es la contraída “contra
el interés del pueblo”. Tiene gracia, porque contra el interés del pueblo se
puede decir que se ha contraído cualquier clase de obligación, si de lo que se trata
es de dejar de cumplirla. Es algo muy socialista: esconder detrás de palabras huecas
justificaciones absurdas para hechos que no tienen nada que ver con la
realidad. Pero al final es lo de siempre. El bien del pueblo es la justificación
de todas las revoluciones. Marxismo puro. En la página 142 −por fin− cita a Marx.
Toussaint se pasa 142 páginas deseando hacerlo, y debió haberlo hecho en la
introducción, pero tenía que disimular su ideología y espera hasta el final del
primer tercio del libro para recoger un texto de la biblia socialista (“El Capital”)
en el que el profeta −Marx− nos revela cómo los dioses de la dialéctica generaron
la “acumulación originaria”.
Todo este cúmulo de izquierdismo enmascarado se percibe mucho
mejor en la solapa final del libro, en la que lucen otros títulos de esta
colección, igualmente sectarios de izquierda. Reflejaré algunos: “La armadura
del capitalismo”; “Crisis capitalista y economía solidaria”; “La Europa opaca
de las finanzas”; “El futuro imposible del capitalismo”; Liberarse del euro”; “Economía
herética”; “La deuda o la vida”; “Bancocracia”; etc. Ya se dan cuenta de cuál
es la línea editorial de esta colección.
En mi opinión el gran problema de Toussaint es que no capta
el fondo de la cuestión. Está completamente inficionado por su ideología y no
termina de ver que al final la cuestión de la deuda odiosa no es más que un
caso de usura. Usura de Estado. No sabe diagnosticar dónde está el mal porque
tiene que imbricarlo en sus prejuicios socialistas y está en un sitio mucho más
sencillo. No está en la “opresión de los pueblos” ni en la “injusticia
sistemática”, ni en que a Toussaint le parezca que una deuda es odiosa porque
el prestador sabía la finalidad ilegítima de esta −porque a uno le puede
parecer que la finalidad es legítima y a otro no− sino en algo mucho más
sencillo. Está en los números.
Está en la usura. La usura generalmente es considerada como
aquel supuesto en el que los tipos de interés son muy por encima del mercado, resultando
así injusta la obligación principal contraída, porque los intereses, antes o
después, con anatocismo o sin él, va acabar ahogando al deudor. Pero también
es usuraria aquella deuda en la que se entiende recibida mayor cantidad de la
efectivamente entregada. Es esta una práctica común en la deuda pública que
Toussaint describe muy bien. Y son los números, no las ideas, las que
hacen ver que la condición usuraria del empréstito no obliga por encima de la
cantidad efectivamente entregada. También los Estados, o los préstamos a los
Estados, pueden ser usurarios. Si prestan dinero y luego no lo entregan, son usureros
puros y simples. Ese es el único problema de la deuda y lo único que la hace ilegítima.
Lo que pase de ahí, es a devolver. A mi también me molestan los usureros. Pero
no es por razones ideológicas. Es porque reclaman más principal del que dieron.
Algo muy sencillo.
El libro está pésimamente encuadernado: las páginas se
sueltan y al terminar la lectura, o incluso antes, hay que graparlas con una
grapadora industrial para garantizar que con el tiempo no se perderán. La edición
cuesta 24 euros y considero que por mi parte fue dinero mal gastado. Pero ha
sido mucho peor el tiempo que le he dedicado a leer el libro. Como es evidente,
no lo recomiendo.
EL ECONOMISTA ENFADADO. Éric Toussaint, Sistema deuda. Historia de las deudas soberanas y su repudio, Icaria Editorial, Colección Antrazyt, 2018.